En la Plaza de la Catedral de Sloviansk se celebran funerales por los soldados de la brigada médica, caídos cuando trataban de llegar a Bahkmut a asistir a sus habitante. De las tres carreteras de acceso a la población, solo la pista que llega desde la aldea de Chasiv Yar es más o menos segura. Las otras dos están al alcance de cañones, morteros y cohetes, tras el avance de los mercenarios Wagner por el norte y por el sur. Esta pista también es pasto de la artillería rusa y cada día se producen bajas en ella. Por eso, los militares y voluntarios que llegan con suministros, tienen que aprovechar días nublados o de niebla, para que los drones rusos no puedan detectar la posición del vehículo. Y conducir rápido en la entrada y la salida.
En la aldea quedan unos cientos de civiles, sombras que tratan de sobrevivir a los bombardeos que no cesan ni de día, ni de noche. Se reúnen en sótanos donde adultos y niños reciben misa, se calientan y dan ánimos los unos a los otros. Búnkeres improvisados donde hay estufas, servicios de lavandería, peluquería y duchas y donde un grupo de voluntarios trata de mantener la vida en un entorno de muerte. Y entre ellos, unos miles de soldados ucranianos empeñados en una lucha ya más simbólica que estratégica.
Esto es el Stalingrado del siglo XXI. Bienvenidos al infierno.