Vivimos tiempos de conspiraciones. De usarlas como alfombras que todo lo guarecen. Todo se explica mediante una conspiración. El atentado del 11-s. La pandemia del Covid-19. Y, cómo no, la guerra de Ucrania. Es todo una conspiración de oscuros poderes. Un plan de EEUU, la OTAN y un desdibujado grupo de milmilllonarios: Soros, Musk, Gates, etc.
No me malinterpretéis. No tengo dudas de que las potencias tienen planes. Trazan campañas y actúan en favor del beneficio económico, pues alimentar la codicia de estas élites y las millones de bocas de sus propios votantes no es gratis. No dudo de esto.
Pero no es tan sencillo. Si estos planes maquiavélicos fueran tan perfectos en su funcionamiento como relojes suizos, estaría más tranquilo. Porque esto denotaría algún tipo de control. Pero el mundo es un caos. Esconde tantos poderes y contrapoderes, factores y circunstancias, que no hay Think Tank ni oscura oficina donde se pueda decidir por dónde va la corriente humana. Si hablamos de EEUU y la OTAN podemos constatar unos cuantos casos, como la retirada de Afganistán, donde los planes no han resultado según lo previsto. Auténticas cagadas. Improvisaciones realmente chapuceras. Por eso: Es mucho más aterrador. Este mundo va más descontrolado que todo eso.
Las conspiraciones, por ende, no llegan a más. Conspiraciones. Presiones. Acciones soterradas que pretenden conseguir un efecto. Pero nunca pueden servir para justificar una acción directa. Que es lo que se está haciendo con Ucrania. Putin es inocente porque esto es un plan anglosajón urdido tropecientos lustros atrás. Un plan que, dicen, ha salido al milímetro. Un plan perfecto. Putin, una víctima, un pichón, una pobre e inocente criatura que ha caído en el tocomocho.
PUES NO. Si matas a tu mujer la culpa no es de tu vecino que la corteja, querido. El asesino eres tú. El asesino es Putin.