Putin, hay que reconocerlo, no es tonto. Mezcla en sus discursos un rollo macho, siempre insinuando que los europeos occidentales somos débiles, decadentes, volubles… Y los rusos, según él y las imágenes que ofrece, machos, duros, resistentes y garantes de los valores tradicionales (religión, antiLGTBI, antiinmigración. Kadyrov clamaba esta semana por tirar la bomba atómica y volver a atacar Kiev, porque, decía «¿Con qué nos van a contraatacar, con transexuales?»).
Decía que mezcla este rollo testosterónico con un victimismo continuo y cansino: «No queremos la hegemonía, queremos sobrevivir como pueblo. Que nos dejen existir con nuestros valores». Ayer dijo: «Occidente niega la soberanía de los países y pueblos, su identidad y singularidad». Hace falta ser cínico, diciendo esto en plena invasión de un pueblo independiente. Lamentablemente cuela. Hará furor en Asia, África y América Latina. Hará furor en Europa, sobre todo entre ultras e ingenuos poco informados.
Putin miente. También ha dicho que nunca tiraría la bomba. También dijo que nunca invadiría Ucrania. Se lo dijo a Macron y le dio garantías telefónicas. Por eso, este discurso para incautos es más inquietante que nunca.