Hace sólo tres meses, en Rusia vivían con aparente tranquilidad, al parecer no muy incómodos con el hecho de que su ejército estuviera invadiendo el país vecino. Destruyendo vecindarios y matando a sus habitantes. En Crimea, incluso, los turistas tomaban el sol felices, ajenos a lo que se cocía algo más al norte.
Luego se hundió el Moskova, se destruyó la base aérea de Saki, y ayer el puente de Kerch. Los turistas huyeron en pánico. El gobernador de Crimea ha hablado ya de que «no cunda el pánico» reconociendo que hay comida para dos meses y gasolina para dos semanas.
Rusia ha tenido que trasladar la flota y sus aviones más al sur y a sus submarinos clase KILO al puerto ruso de Novosiirsk.
Y en Rusia ya teme medio país que sus padres, hermanos e hijos acaben en una picadora de carne carente de sentido.
Rusia se ha enterado de lo obvio: la Operación Militar Especial de Putin es una puta guerra terrible y de enormes dimensiones. Y les ha llegado.